domingo, 11 de octubre de 2009

HORACIO QUIROGA EN SALADITO 1904-1905


Horacio Quiroga en su rancho, en el Chaco. Tenía por entonces 24 años.
Resistencia, era una joven y pujante ciudad (creada como Colonia en el mismo año en que nació el escritor, 1878). A unos 30 km al sur, cerca del Arroyo Saladito, Quiroga hacía su primera experiencia de "vida brava". Emprendía una aventura imposible: hacer fortuna con el algodón. De ese sueño, resulta una transformación radical en el estilo de su prosa.

El poeta Aledo Luis Meloni, en el prólogo del libro Cuentos de la llanura y del monte chaqueños, lo comenta del siguiente modo:

Quiroga trajo al Chaco, además de la barba entera que se haría luego popular y el estómago arruinado, una ilusión desmesurada y el resto de la herencia paterna, unos siete mil pesos.

Traía también cierto conocimiento de la selva del nordeste adquirido en la excursión que había llevado a cabo un año antes, en función de fotógrafo, junto a Leopoldo Lugones, cuando éste fue comisionado por el gobierno nacional para estudiar las ruinas jesuíticas de San Ignacio, en Misiones. Dispuesto a iniciar el cultivo de algodón, compra un campo «ubicado a siete leguas al suroeste de Resistencia, a orillas del Saladito, en una soledad tal que dos leguas lo separaban del vecino más cercano. Por toda guarida, no tenía más que un pequeño galpón».

El explicaría luego en una carta, parte de sus primeras jornadas de trabajo en su posesión chaqueña: «Me levantaba tan temprano, que después de dormir en el galpón, hacerme el café, caminar leguas hasta mi futura plantación, donde comenzaba a levantar mi rancho, al llegar allá recién comenzaba a aclarar. Comía allí mismo arroz con charque (nunca otra cosa) que ponía a hervir al llegar y retiraba a mediodía del fuego. El fondo de la olla tenía un dedo de pegote quemado. De noche otra vez en el galpón, el mismo matete».

De su experiencia algodonera sólo sabemos que fue un fracaso total. No podía ser de otra manera. Y esto posiblemente haya sido una suerte para las letras; si la cosecha hubiera enriquecido al improvisado agricultor, quien nos asegura que a causa de la prosperidad, consecuencia del éxito, el escritor que había en él no hubiera corrido el riesgo de sucumbir para siempre absorbido por el hombre de negocios.


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