Montevideo, Octubre 3 de 2007
Estimadas literatas:
La verdad es que no esperaba tener la oportunidad de escribir una historia a partir de una experiencia que debería ser tan sencilla, tediosa y rutinaria como lo es el solicitar algunos documentos a una oficina pública, organización del Estado; pero dadas las vicisitudes pasadas me he atrevido a otorgarles algo de mi tiempo, de manera de que puedan apreciar más el material que les estaré enviando el próximo Martes 9 de Octubre del corriente.
A pedido vuestro, gestioné una entrevista con la Lic. Virginia Fridma, integrante del Archivo Literario de la Biblioteca Nacional de la República Oriental del Uruguay, la que se sucedió en el día de la fecha, en horas de la mañana. Sin ánimo de ilustrarles en forma muy detallada las “peripecias” en las que me vi envuelto, dado que el tiempo que les puedo dedicar es escaso, les voy a presentar un “cuadro” general de lo acaecido en tan ilustres oficinas estatales.
Arribé al edificio de la Biblioteca Nacional ya comenzadas las 11 horas, por lo que el humor de la funcionaria de “informes” era más pre prandial que otra cosa... como se podrán ustedes imaginar... luego de mi tímida consulta sobre el paradero de la tan imaginada Virginia, el timbre de voz utilizado para responderme me hizo rememorar mis tiempos entre las vacas lecheras... allá en los tambos de la zona de Santa Fe... vacas holando argentino grandes si las hay.
Repuesto del shock acústico que dicha respuesta me produjo me vi forzado a seguir por los pasillos cargados de humedad del edificio en busca de Virginia... sentí en ese momento alegría... la sensación del corredor de postas que ha sorteado la primer valla... que equivocado estaba en sentirme embargado por tal sentimiento.
Llegamos a una puerta con un marco carcomido vaya uno a saber por que especie de roedor o insecto, nos detuvimos... nos quedamos mirándola... transcurrieron los seis o siete segundos más largos que jamás sentí hasta que mi compañera de viaje se animó a tocar... casi una embestida, más fuerte que lo esperable para lograr el efecto de que los ocupantes de la habitación que se encuentra detrás se percaten de la existencia de uno tras la puerta... tales golpes hicieron que parte de la madera del marco, reducida ya a micro astillas, fueran a integrar el aire que llenaba el ambiente... Luego... otros diez segundo eternos... quizás veinte... mi ansiedad desbordaba... se abriría la puerta y dejaría ver la silueta de Virginia... la voz que veinticuatro horas antes me había dejado volar la imaginación...
La puerta efectivamente se abrió... Virginia me saludó con la mano y yo no atiné a más que cuadrarme, cual gendarme que se imagina que adelante tiene a un jefe, presentarme y a dedicar a Virginia, la cosa más lejana a mi imaginación, una sonrisa de nieto en problemas. Virginia, con la edad de mi abuela Ruth, con los lentes sostenidos ya por los pelos de la punta de la nariz, luego de escuchar que el mozalbete que tenía enfrente no era otro que el que se había anticipado el día anterior dejó salir un suspiro profundo y dijo “Horacio Quiroga, mmhh”.
Luego de tal manifestación de desaliento... ya nuevamente inmerso en la realidad, ingresé las oficinas del “Archivo Literario”... la cosa más parecida a las oficinas de la sucursal 19 de Abril del Banco República... más o menos medio millón de escritorios iguales, todos con una sola silla (para no atender a nadie) y nada más que muestras de papeles que parecían no haberse movido de ahí en los últimos quinquenios...
Virginia, ya a esta altura del camino desde la puerta se había procurado una silla más para poner frente a su escritorio, me consultó sobre los años de la correspondencia del condenado homenajeado que, a esa altura, ya se había transformado en el causante de mi desdicha... Yo respondí... 1904 y 1905... La respuesta me dejó más alicaído aún (cabe resaltar que para ese entonces ya había destinado más de cincuenta minutos a tan solidaria tarea), fue un “UH!!” corto, casi agresivo... o peor que eso... casi inquisidor, me miró detenidamente con cara de “justo hoy tenías que venir a pedir eso??” y me dejó aguardando en la silla fría en la que ya me había sentado... otros, iba a decir segundos, pero no, fueron años... centurias... casi vi transcurrir los días de felicidad de mi hija Camila... la vi teniendo familia y llevándolos a casa para jugar con el abuelo... por suerte, antes de que me jubilara de veterinario, volvió Virginia con cuatro carpetas, de no mucho grosor, por lo que me sentí reconfortado.
A partir de ahí nuestro diálogo perdió todo sentido... dejó hasta de ser un diálogo... Virginia manejaba los documentos con el más pavoroso de los descuidos y yo pretendiendo arrebatar de sus manos las cartas de Quiroga de manera de poder clasificar las fechas... el que observara la escena a la distancia podría haber escrito un libro sobre las diferencias generacionales y la historia contemporánea... o quizás solamente un ensayo sobre la estupidez de los funcionarios públicos.
Bueno... vamos a acelerar el relato... culminamos la faena... insumió un poco más de tiempo de lo que había calculado, tomando en cuenta la velocidad de Virginia y mi ansiedad, dado que faltaban tres cartas a Fernández Saldaña... esas malditas tres cartas a Maitland (sobrenombre homosexual del amigo de Horacio, no? Casi trolo para la época...) nos tomaron un poco de tiempo dado que insistía en revisar yo mismo las carpetas nuevamente y Virginia impidió tal avasallamiento, simplemente contempló los papiros nuevamente, uno por uno, con cara de “para que mierda quieren estos papeles viejos...” y luego se acomodó los lentes y me dijo “no están... o tienes mal los datos o simplemente nunca llegaron al edificio” me quedé mirándola como intentando saber si ella misma había recibido toda la correspondencia donada de Horario Quiroga... lo borre...y solamente me salió un “bueno, ahora me los llevo a escanear... tengo que dejar la cédula?”
Ahora vino lo peor. Ni siquiera atinó a responderme, solamente se dignó a escribir en una hoja los números de los documentos que habíamos separado, guardó todo en una carpeta y me dijo... ”seguime, ahora vamos a microfilmación”, lo dijo como satisfecha... como demostrando el dominio del procedimiento... como queriendo afirmar las palabras para no decirme “vos jamás te vas a llevar estos documentos”.
La seguí, cabizbajo, meditando sobre el nivel de humedad del edificio y su incidencia en las enfermedades respiratorias obstructivas crónicas que debe haber determinado en los funcionarios y usuarios frecuentes de tan cultos recintos, hasta que llegamos al subsuelo, al Departamento de Microfilmación. Un gran salón, con un mostrador improvisado con parte de una máquina, aparentemente una imprenta, que dejaba ver el torso de camisa y corbata de un flaco joven, aunque con aspecto de viejo, propietario de un sinnúmero de máquinas antiquísimas, casi a pedal.
Este personaje, recibió los documentos de manos de Virginia y acto seguido se dedicó a murmurar, mirando el reloj... uno de esos que te deja el abuelo luego de que parte a lugares donde el reloj no le sirve para un carajo... solo manecillas y números sobre una base color cepia... como rumiando el tiempo... como estaba mirando la hora, me dije fuerte a mi mismo, “una hora!”... pero no, me miró con desdén y me dijo... “más o menos $U520, el cd lo proveemos nosotros y hasta el Martes que viene imposible” recalcando el “imposible” como pretendiendo que yo vea una montaña de trabajo detrás de sus hombros... ni una sola máquina en “on” había... conciente de la inutilidad de la discusión en estos casos, no hice más que dirigirme a Contaduría, dos pisos más arriba y abonar la seña correspondiente, aproximadamente el 35% del total... pero como la comunicación, en ese recinto que no hace más que guardar expresiones de comunicación humana, es nula tuve que descender dos pisos para indicarle al impávido personaje de microfilmación el número de recibo para que pueda identificar mi “expediente” al momento de que retire el mismo. A pesar de tal nivel de burocracia infame... alejé mis pasos hacia las escaleras, ahora sí, para salir del edificio... llegue nuevamente al sol de una 18 de Julio con gran movimiento, un tránsito infernal... saqué un Nevada del bolsillo de mi camisa y lo prendí ceremoniosamente, me coloqué los lentes negros como si estuviera filmando un spot publicitario para Paco Rabane y suspire diciendo casí en un grito...”Horacio Quiroga... y la puta que te parió!!”
Sebastián Fernández (encargado de gestionar, en la Biblioteca Nacional de la República Oriental del Uruguay, las copias digitalizadas de las cartas originales que Horacio Quiroga escribiera entre 1904 y 1905 desde Saladito y Resistencia, Chaco.)
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